Después de 13 años, la ONU pone fin a su Misión de Estabilización en Haití. Cuando los últimos cascos azules abandonen el país el domingo, quedarán muchas interrogantes abiertas, para Haití y para la ONU.
La politóloga Anne Lange, de la Universidad de Potsdam, recorrió Haití a fines de 2014 y comienzos de 2015, en una investigación en terreno para su doctorado sobre el proceso de toma de decisiones entre organismos de la ONU y actores internacionales. En esa época, la Misiónde lasNaciones Unidaspara la EstabilizaciónenHaití (MINUSTAH) llevaba ya más de una década. Y desde entonces no se han reportado mayores progresos. Por el contrario: en 2016, el huracán Matthew volvió a propinar un revés al desarrollo del país.
Ahora termina el mandato de esa misión. El 15 de octubre habrán de abandonar el país los últimos cascos azules. Y no pocos piensan que es mejor así.
¿Asistencia u ocupación?
A comienzos de 2004, tras el golpe de Estado contra el presidente Jean Bertrand Aristide, Haití corría peligro de sumirse en el caos. Por iniciativa de Estados Unidos, que temía un éxodo hacia el norte, el Consejo de Seguridad de la ONU envió 6.700 cascos azules, 1.600 policías y otros 1.700 colaboradores civiles y diplomáticos para apoyar al gobierno de transición, resguardar la paz y organizar nuevas elecciones.
Pero, a pesar de lo numeroso del contingente, o quizá debido a eso, hubo dificultades desde el comienzo. Faltaba respaldo de parte de la población. "Muchos haitianos veían en MINUSTAH una ocupación internacional”, indica el politólogo canadiense Nicolas Lemay-Hébert, de la universidad de Birmingham.
Escándalos y recelos
Los detractores de la misión encontraron pronto motivos concretos para poner en duda su legitimidad. Pocos meses después de su inicio, se produjo el primer incidente en el suburbio de Cité Soleil, donde soldados de los cascos azules, bajo comando brasileño, habrían actuado con brutalidad contra bandas criminales y también contra partidarios del presidente derrocado e incluso contra gente que no estaba involucrada en nada. "Ese hecho está todavía muy presente cuando los haitianos critican a la ONU”, señala Anne Lange.
En el curso de la misión, una serie de incidentes alimentó el recelo. Hubo varios casos comprobados de violaciones cometidas por soldados de la ONU, involucrados en abusos sexuales y prostitución de menores. "Cada escándalo reforzó el discurso de una ocupación de Haití y la hostilidad latente contra las tropas internacionales”, apunta el politólogo canadiense.
El desastre del cólera
El mayor desastre se produjo en octubre de 2010, cuando estalló una epidemia de cólera. Por lo menos 600.000 personas enfermaron. Entre 8.000 y 10.000 murieron.
Rápidamente surgió la sospecha de que el foco inicial se hallaba en un campamento de cascos azules nepalíes. Pese a que un año más tarde una comisión encargada por la ONU confirmó tal sospecha y otro grupo de expertos llegó a la concusión de que el brote podría haberse evitado con simples medidas de prevención, las Naciones Unidas jamás reconocieron su responsabilidad.
Solo a fines de 2016, Ban Ki-moon se disculpó vagamente y habló de indemnizaciones. Hasta el día de hoy no se sabe qué monto tendrían ni en qué modalidad se entregarían. Probablemente, de hacerse efectivas, se destinarían a la construcción de escuelas u hospitales. Pero, en un país completamente destrozado, serían como gotas de agua en el desierto. Porque, lo que Haití necesita –y en eso coinciden Anne Lange y Nicolas Lemay-Hébert-es un sistema judicial operativo, estabilidad política y seguridad.
A juicio del politólogo canadiense, la ONU debe replantearse las misiones de paz. Señala que en MINUSTAH quedaron en evidencia, más que en ninguna otra misión, "las consecuencias no deseadas de las operaciones de paz y la ayuda al desarrollo”.
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